sábado, abril 29, 2006

Los pájaros divinos

Júpiter - que en el cielo del Paganismo asoma
con el supremo brillo de la más noble estrella -
de un cisne se depara la forma blanca y bella
por que Leda le embriague de su carnal aroma.

El Espíritu Santo - que la Iglesia de Roma
consagra en la trimurti donde su Dios destella -
por gozar el aroma de la núbil doncella
viste la forma bella de nítida paloma.

La paloma y el cisne! Siempre el blancor alado,
siempre el albor con alas, en inefables curvas,
propicio a los misterios del divino pecado!

Oh cisnes y palomas! Oh pájaros propicios
a Dios en celo! Adoro lo que ignoran las turbas
en vosotros: el alma de los sumos fornicios...

Alfredo Arvelo Larriva, 1883-1934, Venezuela
in "Sones y canciones", Caracas, 1996)

sexta-feira, abril 28, 2006

Que los ruidos...

Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.

Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.

Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo irresistible te obligue a posternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un meadero.

Que cuando quieras decir: "Mi amor", digas: "Pescado frito"; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.

Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.

Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un solo instante, de lamerle la cerradura.

Oliverio Girondo, 1891-1967, Argentina
in "Espantapájaros", 21)