Se desplomó en la cama
(Y una sal de Sahara la azotó silenciosa
Porque vivir es un espanto tan obtuso)
Afuera clareaba
(Y el corazón con nubes llovió hielo en sus venas
Porque la vida es una fiera tan glotona
Que en pleno vuelo le devora las tripas al deseo)
La agrura del alcohol mordiendo agonizaba
(Y el algodón helado y negro de las somras
Le chupó el calor de sus sangre
Porque hasta el amor mismo es venenoso)
Su lengua era un erial roído de tabaco
(Y resbaló a sus pies su túnica de avispas
Porque en la vida no hay lugar para la vida)
Se tragó sus sollozos
(Y sus ojos inmóviles se despeñaban
Porque no encontraremos nunca a nadie
En los desfiladeros desolados del alma)
Tendió un brazo hacia el frasco
(Y su entraña era una lenta catarata
Cayendo sin cesar al fondo del vacío
Porque andar por el mundo es ir por una gruta
De emparedados ojos demenciales)
Masticó las pastillas pedregosas
(Y una mano de ausencia con los dedos abiertos
Se abrió paso por ella
Y dejó entrar por su mitad sedienta
Un caudal de paz negra
Un gran río triunfante de desastre.
Porque estamos tan solos
Porque no hay en qué manos
Poner nuestro recaudo de andrajos sensitivos
De charcos cavernosos donde danza un reflejo
Porque no hay quien nos saque a la ribera
Porque no hay nada no hay nada que hacer).
(Tomás Segovia, n 1927, Espanha
in "Terceto", 1972)